Pedro F. Carmona Estanga
Año nuevo, vida nueva: es una expresión convencional en estas fechas, que involucra la renovación de optimismo y de propósitos, en una fecha cronológica más de nuestras vidas. En esta ocasión, tras un año 2020 calamitoso como pocos en la historia, este deseo cobra justificada intensidad.
Son conocidas las cifras de contracción de la economía mundial, de aumento del desempleo y de pobreza, de desaparición de empresas y fuentes de trabajo que deja la pandemia, en una dimensión sin precedentes, ni siquiera comparable a muchas guerras, o a la Gran Depresión de Estados Unidos de los años 30, ni a los transitorios efectos de la crisis financiera del 2008-2009. Tomará sin duda tiempo el proceso de reactivación de la economía mundial, y para la región latinoamericana se avizora una nueva década perdida, como lo fue la de los años 80 con la crisis de la deuda externa.
Pese a todo, se aceleraron fenómenos relevantes en el mundo, entre ellos un impulso asombroso a la transformación digital, a las técnicas educativas a distancia, a la Gerencia 4.0, amén del avance científico que supuso, en un tiempo récord de 10 meses, el desarrollo de las vacunas contra el COVID-19 por parte de varios laboratorios, y que antes de finalizar el año ya se encontraran vacunados millones de ciudadanos en varios países del mundo. De allí que, pese a las nuevas oleadas de la pandemia, que han obligado a drásticas medidas de confinamiento, prevalezca la esperanza en que, con las vacunas, se haya marcado un punto de inflexión en la inmunización de grandes segmentos de la población mundial. La mayoría de los gobiernos propicia la distribución gratuita de las vacunas, y ahora, un gran reto de solidaridad internacional es garantizar que lleguen oportunamente a países y estratos pobres de la población global. Colombia ha sido un buen ejemplo de medidas gubernamentales responsables, para asegurar la adquisición de 40 millones de vacunas de varios laboratorios, y su aplicación gratuita y escalonada a partir de febrero de 2021, ello pese a los elevados costos asociados a la operación, en la compleja situación fiscal derivada de la pandemia.
A riesgo de no ser original, cobró vigencia la consigna de que nada volverá a ser igual después de la pandemia, en la mayoría de los casos para bien, en otros no tanto. Las empresas, grandes o pequeñas, las naciones y el sistema educativo han debido reinventarse, y apelar a los recursos tecnológicos para adecuarse a las nuevas realidades. En el país del norte, EE.UU., el año se inicia con un cambio político de significación, que mueve a una genuina esperanza de que ese país regrese al mundo del cual se estaba aislando, que el estilo del gobierno que asume ayude a atenuar la polarización nacional e internacional exacerbada por la administración Trump, que el país defina una agenda más solidaria con el mundo en desarrollo, y en especial con la región, y que se recuperen espacios que otras potencias ocuparon a raíz de las políticas de Trump de los últimos cuatro años.
Pero no es menos cierto que algunas cosas en el mundo se aferrarán al no cambio, principalmente en el terreno político. Es el caso de las autocracias o totalitarismos en países como Cuba, Rusia, Corea del Norte, Irán, Turquía o Nicaragua, y muy en especial en el sensible y cercano caso de Venezuela, país destruido y oprimido por un régimen cruel, aliado del crimen organizado y de las fuerzas más oscuras del planeta, depredador de cuanto toca, pertinaz desconocedor de la voluntad popular y de los Derechos Humanos, y despreciativo como pocos de los valores éticos y morales. En Venezuela, no solo por la pandemia o las sanciones internacionales, sino por la tendencia que ha venido registrándose desde hace seis años, el PIB se contrajo en 2020 en cerca de un 30% más, con lo cual se afianzó la pauperización del país a unos niveles inéditos, pasando de ser el país próspero y de oportunidades, a uno de los más miserables del globo, equiparándose a Haití y a algunas naciones de la región subsahariana. El perverso binomio hiperdevaluación-inflación continuó haciendo estragos en el poder adquisitivo del salario, y el aparato productivo siguió devastado por erróneas políticas estatistas e intervencionistas, incluyendo al sector petrolero, pilar de la economía venezolana, el cual se encuentra en ruinas. De allí que se estime que en 2021 Venezuela supere a Siria como No. 1 en el número de emigrantes en el mundo, con entre 6 y 7 millones de personas, una cifra triste y vergonzosa, reveladora de la abrumadora e inaceptable magnitud de la tragedia.
Como si fuera poco, pese al rechazo del mundo democrático y de la mayoría de la población venezolana, el régimen instaló el pasado 4 de enero una Asamblea Nacional ilegítima, de absoluto control oficialista. La controversia sobre el destino de la Asamblea legítima elegida en 2015 quedó zanjada con la decisión de la propia Asamblea de conformar una Comisión Delegada, que funcionará hasta tanto se celebren elecciones justas y con garantías, con lo cual Juan Guaidó seguirá fungiendo como Presidente Encargado, aunque bajo un nuevo y desafiante mandato surgido de la consulta popular del 12 de diciembre pasado, de concretar el cambio político, con apoyo de la comunidad internacional. Será un reto crucial para las fuerzas que propician el retorno a una senda apegada al Estado de Derecho, restablecer un régimen integral de libertades, y la recuperación económica y de bienestar del sufrido pueblo. Ello requiere sine qua non, la unidad de propósitos en las fuerzas opositoras, ya que Venezuela es un país viable, bajo la premisa de un cambio de políticas que garanticen un marco de seguridad jurídica, de economía de mercado y de responsabilidad social.
Un nuevo rumbo democrático en Venezuela, exigirá además recuperar la mancillada soberanía nacional, reinstitucionalizar al país y reconciliarlo sin impunidad, restablecer el orden público, desmontar los grupos paramilitares y terroristas armados, refundar las politizadas Fuerzas Armadas, reinsertar internacionalmente al país en función de sus intereses permanentes y de largo plazo, recatar el sistema educativo, combatir la corrupción en todas sus formas, revertir los antivalores sembrados durante estos largos 22 años, recuperar parte del talento humano que huyó del país, y emprender la cacería de fortunas ilícitas hechas por funcionarios del régimen y afines, en detrimento del patrimonio nacional, como parte del saqueo perpetrado por el régimen chavista.
Pero quizás lo más desafiante será reconstruir los valores éticos y morales, hoy degradados al extremo. Leyendo en estos días de descanso el libro “Tucídides” de José Rodríguez Iturbe, sobre la historia de Grecia y la Guerra del Peloponeso, pude confirmar cómo las Asambleas de las poleis (ciudades Estado) en la Grecia clásica, tenían su asidero en una dimensión moral, democrática y de justicia, con el bien común como fundamento del bien individual. Sin una conciencia basada en las virtudes cardinales, que son las mismas del cristianismo: justicia, prudencia, fortaleza y templanza, no habría existido entidad ciudadana en la Grecia antigua, ni puede existirla en la actualidad. Pues bien, la degradación moral de la tiranía que subyuga a Venezuela, a costa de empujar a la nación a la anomia jurídica, a la arbitrariedad, al abuso de poder, a la corrupción sin límites, a la violación sistemática de los Derechos Humanos como lo ha documentado la ONU, y a convertir a Venezuela en un Estado forajido y fallido, que es amenaza grave a la paz continental, son los inmensos pero nobles retos que implica la refundación futura de un país que bien merece un gobierno decente y visionario, bajo una conducta moralmente relevante de sus gobernantes. A mis pacientes lectores, mis mejores votos por un Feliz Año Nuevo, pleno de optimismo y esperanzas.
Excelente análisis y comentario de la situación del mundo 🌍 y particularmente de Venezuela , Pedro👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻
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